podría parecer segura de mí misma, pero no lo soy. voy a hablarles ahora porque lo he pensado gravemente, con tiempo o espacio. le tengo miedo a los rostros cubiertos, a los ojos cerrados, a las calles muy anchas o muy pequeñas. hay poemas que, abren el corazón y los ojos -como quien abre un estómago o una cortina- y los dejan abiertos, ampliamente, como puertas de iglesia un domingo, como la curiosidad del amor. hay poemas que son calles o cadáveres hermosos. otros horribles. nunca vi su cadáver, pero pude imaginarlo. para ser sincera, nunca supe el nombre del joven de mi barrio que se perdió. sé que trabajaba en una librería y yo iba a verlo o a ver libros de arte, daba igual por qué fuera, la cosa es que lo veía y me daba cuenta de que algo escondía. te puedes dar cuenta de esas cosas cuando también las has vivido. él me miraba tímido, pero al borde de lanzarse a mis brazos y amarme toda la vida o lo que quedaba de su vida. supongo que sabiendo o intuyendo que le quedaba poco tiempo. en diciembre fui por última vez a la librería, me dijeron que ya no trabajaba ahí, que se había perdido (esto me dijeron como por lo bajo, como susurro de arroyo, autos a lo lejos). un bus de tiempo y luces pasó en frente de mi, pasó y yo me quede como congelada. nunca hablé abiertamente con él ni le amé o eso creo, imagino que para amar deben decírselo las personas. puede que no y yo esté equivocada, que quede claro eso. de igual forma me impactó la fragilidad de su vida. nadie, ni yo, preguntaba sobre su paradero. me di cuenta que la identidad era aun más frágil, tal vez sea más certero decir la imagen, sí, eso es, la imagen. como una lámpara o una ampolleta. que está colgando en un espacio infinito de vacío. suena contradictorio. quizás sería: habitación interminable de abominable oscuridad, y en medio la ampolleta, tal vez en una esquina, eso queda mejor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario